julio 24, 2004
El sol es una obtrusa masa de retrolíquidos, entrañas reprimidas y gaseosos barrenos, amasados a un núcleo rabioso. También es el ovillo luminoso que vence la cortina, jugando menos con la astronomía y más con los párpados de Jesucristo Linotipo, en los que se posa, luego de una noche de aquéllas. Una hora antes de lo que estaba escrito, Jesucristo Linotipo despertó.
"Padre, esto es un hurto, algo ha salido mal", inició. Juzga a su padre con rudeza. Si no fuera porque temo recibir un relámpago en la nuca, diría que Jesucristo Linotipo está encabronado con su padre. "Tú muy jocoso, Padre, en tus bóvedas", dice, por ejemplo, con esa elocuencia que proviene de la Edad de Bronce, según leí.
La última queja:
"Tengo el ánimo andrajoso. Estoy que tiro las profecías al caño, si tuvieras a bien enviar un papel higiénico que dé la talla. Para que sientas la clandestinidad. Para que dejes tu postura de mirón. No eres más que eso, el mirón que posee todos los copyrights. Soy el mirado y me cansé. Los salmos juegan a mi favor, Padre, hay etimologías que me protegen, pero me cansé. Te desprecio mojándome el rostro en esta palangana, traída en contenedores que cruzaron el Pacífico, palangana perfecta, más perfecta que tú, hecha por niños de Camboya. Me siento iancurtisamente solo."
El padre no permitió el adverbio y lanzó el relámpago que yo decía. La espina dorsal de Jesucristo Linotipo explotó con los primeros 300,000 watts. No es una escena asquerosa: pequeños fragmentos de combustión natural, red de algas.
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